Sueño lúcido

La imagen era sólo un fondo de colores psicodélicos. No había nada más. De repente, aparezco flotando. 

Después de un tiempo empecé a aburrirme y pensé (el yo consciente, no el yo del sueño): «esto es una pérdida de tiempo, encima que sueño poco, sueño boludeces», así que el yo del sueño pensó lo mismo (no sé explicarlo de otra forma, primero lo pensé de forma consciente y después hice que el yo del sueño lo pensara).  

Tanto lo pensé que terminé despertando. ¿Quién se cree mi incosciente para hacerme perder el tiempo así?


No siempre es bueno ser el rey.

Este sueño comienza con un periodista que está presentando un documental acerca de una civilización española antigua que habitaba en una selva, lugar en el que estaba dicho periodista, donde se habían encontrado construcciones, objetos y cadáveres de la ya mencionada civilización. Detrás de él se podía ver la fachada de una fortificación, ya cubierta por la vegetación, pero notábase que estaba escrita  por una especie de jeroglíficos de la época.

En otra toma, el documentarista le señalaba a la cámara una fosa en la cual se encontraban, al menos, dos esqueletos, para que la misma los tome. En un principio estaban cubiertos de tierra, que de a poco iba siendo sacada para mostrarlos. Dijo que el cadáver que se encontraba arriba de todos era el del rey de la civilización. Hay aquí un salto en el tiempo hacia el pasado. Era yo el rey de la población: me pude ver a mi mismo, por un muy corto tiempo, todo cubierto de adornos de oro y otros objetos que indicaban mi estado social. El hecho de saber que iba a terminar enterrado en una fosa común, sin ninguna ceremonia me hacía sentir mal, ya que indicaba que la civilización había dejado de existir bajo mi reinado.

El sueño vuelve a viajar en el tiempo, a uno más actual, siempre en la selva. Yo no era ningún ente corpóreo, pero aún así existía (llamémoslo “espíritu”). Se movía desesperadamente en busca de algo. Encontró un poco de tierra y la revolvió. Apareció un cráneo. Y muchísimos más debajo de ese. Sabía que el primero era el mío, el cráneo que pertenecía a mi cuerpo en mi tiempo como rey. Lo tenía que defender, porque era todo lo que de mi quedaba. Pero no estaba a la altura del piso, sino que en lo alto de un árbol. Arrojó varios al piso, mi espíritu se tiró con ellos, y agarró el que me correspondía.

Ya era yo, era un cuerpo de vuelta. Y me tenía que defender del periodista. Seguíamos en la selva, pero dentro de una amplia casa, con grandes ventanas que permitían mirar hacia afuera. Yo corría para que él no me alcanzara. Y él nunca finalizaba de perseguirme.


El colectivero y el señor

 

(Soñado el 27-01-2011)

Estaba en una calle de mi barrio, en dirección Sur con respecto a mi casa, y la manera que había para volver era en colectivo. Me acompañaba una amiga que conocí en la facultad hace ya unos años. Antes de subir, agarré un puñado de monedas que tenía en el bolsillo, más otras que me dio ella. No las conté, pero sabía que alcanzaban. Eran algunas de 50 centavos, otras de 25, de 10 y de 5.  En la próxima imagen ya estábamos dentro de un colectivo, que yo sabía que era de la línea 160, por más que en la vida real no hace el recorrido que yo necesitaba.

Pasé a poner las monedas en la máquina, y a medida que lo iba haciendo salía una tapita blanca que tapaba el orificio para las monedas, y no me dejaba poner más. Para desbloquearlo, debía tocar la tapita, pero luego de poner más monedas se tapaba de nuevo. Así sucedió unas cuantas veces, hasta que terminé de insertar las monedas y la tapita volvió a aparecer. Esta última vez me costó más desbloquear. Cuando lo había logrado, la máquina debía darme el boleto, pero no lo hizo, y volvió a marcar el valor total del boleto ($3.20).

Por esa razón fui a hablar con el colectivero, ya que no quería ni debía volver a pagar. Me acerqué, y giró hacia atrás su cabeza de una manera muy extraña, casi rotando su cuello unos 180 grados. Al verle la cara, noté que era muy parecido a alguien que conocía, que luego de despertarme me di cuenta que era Martín Redrado, el ex presidente del Banco Central de la República. Me dio mucho miedo el hecho de que, al darse vuelta para atender mi pedido, dejaba de mirar al frente para manejar. Durante todo el recorrido, el colectivo nunca frenó. Me dijo que me iba a dar el boleto, por lo que volví a la máquina y salieron tres tickets por un valor de 45 centavos cada uno. Fui a sentarme.

Mi amiga ya estaba sentada, pero el asiento a su lado ya estaba ocupado. Tomé uno en la primera fila, pero del lado contrario, bien cerca de la máquina. En un momento, mi amiga se para y va a hablar con el colectivero, porque quería comprar un palco preferencial en los colectivos de la línea 160, para viajar más cómoda. De vuelta giró él su cuello de manera extraña y no miró hacia adelante para manejar. Mi amiga volvió a su asiento.

Lo que pasó después fue que ya estábamos en la vereda, y al ver el colectivo pasar, toqué un timbre que había en la parada del mismo para “hacerle saber al colectivero que nos habíamos bajado”. Este frenó unos metros después de la misma y abrió su puerta trasera, “en señal de que había entendido que nos habíamos bajado”. Crucé la calle, pero mi amiga ya no estaba. En su lugar, encontré a un amigo que tuve en la primaria.

Juntos entramos en una casa, para lo cual tuvimos que subir unas escaleras que me produjeron miedo de caerme, ya que eran angostas y muy empinadas. Adentro había una pareja de ancianos. Yo sabía que el señor hacía pedidos a encargo, pero no sabía qué tipo de cosas se encargaba de hacer. También tenía entendido que había que tener buenos modales para que te de las cosas. Me ofreció algo de beber, y le hice señas a la señora para que me alcance una servilleta. Le di las gracias con la boca llena. El señor me miró mal ante mi falta de modales, y me di cuenta que todo había terminado. Nunca pude saber qué producía ese señor.

Guille.


De cañones y franceses

Se suceden escenas en donde el tema principal es la muerte. Ninguna tiene relación una con la otra (es un sueño, claro), son solo frases aisladas, palabras sueltas por ahí. De repente estoy en un barco, pero en realidad no estoy; es como si alguien lo hubiera grabado con una cámara y me lo estuviera mostrando en mi cabeza. Hay mucha gente, sobre todo mujeres. Están vestidos como en el siglo XVIII. No, no es que yo sepa mucho sobre  los siglos pasados y sus modas. Verás, en los sueños uno tiene ese conocimiento; vestían como en el siglo equisvépalitopalitopalito y eran franceces (esto último lo deduje porque el color predominante era el azul, y había un ñato con la cara palida y la peluca blanca (¿no es asombrosa nuestra capacidad de deducción en los sueños?). Decía entonces que había gente en un barco; todos miraban hacia el mismo lado, hacia el mar. De repente, sin que nadie dijera nada o diera algún tipo de señal, traen un cañón, una de las mujeres (en completo silencio y con absoluta normalidad, eh) se introduce en el mismo y así, sin más, disparan el cañón y la pobre sale disparada al mar. Está muerta, y así lo estarán los demás (exceptos los encargados del barco y del cañón) ya que estaban condenados.
La imagen se va y lo que más me inquieta no es esta poco conocida forma de matar de los franceses, sino cómo fue que alguien consiguió documentarla con una cámara. Una voz salida de la nada pretende tranquilizarme:
-Es una representación. Fue filmada en esta época.
Aparentemente esa respuesta me conformó, ya que solo dije «ah» y me desperté. Después no digan que no tengo espíritu curioso.


“El río”

23-01-2011

Caminaba por la ciudad en la dirección que lleva a la casa de mi abuelo, pero al llegar a la calle Reconquista, decidí desviarme por ella. Logré reconocer una de las casas, así que me metí en ella. Era amarilla tanto por dentro como por fuera. Ya adentro, veo que alguien, desde la calle, me está buscando.

– “Dame tu número”, le dije. Verdaderamente quería su número.

– “Ya te di mi número hace un año, y entre sueños decidiste no llamarme”. “Fue una acción compulsiva, me equivoqué al dártelo”.

Pude notar la compasión en su mirada. Decidió darme su número por segunda vez. Lo anoté y fuimos a caminar en dirección al Río de la Plata, que al llegar tenía sus aguas cristalinas y calmas y una profundidad de unos tres metros. El cielo despejado completaba el paisaje.

Gracias a una ex compañera de trabajo, conseguimos una buena ubicación en un elemento flotador hecho de goma eva. Mientras ella se encargaba de entrenar militares en el agua, entré al Río con las sandalias puestas, y se me salieron rápidamente. Las fui a buscar, y como no quería perderlas, volví al objeto flotador. Un tiempo después, ella me pidió ayuda con el entrenamiento: me dio una lapicera-termómetro y me dijo que con ella debía controlar la temperatura del agua y terminar los ejercicios cuando me pareciera.

Los militares estaban totalmente vestidos con sus trajes verdes para el camuflaje, y hacían todos sus movimientos en el agua sin ningún problema. Cuando la lapicera-termómetro marcaba veinte grados, le comuniqué a mi ex compañera que terminara los ejercicios, y así lo hizo.

Mientras volvía al flotador, noté que no tenía mis sandalias, por lo que regresé al agua. Pude divisar una de ellas a través de la claridad de la misma y me zambullí para buscarla.

(Guille)