El colectivero y el señor

 

(Soñado el 27-01-2011)

Estaba en una calle de mi barrio, en dirección Sur con respecto a mi casa, y la manera que había para volver era en colectivo. Me acompañaba una amiga que conocí en la facultad hace ya unos años. Antes de subir, agarré un puñado de monedas que tenía en el bolsillo, más otras que me dio ella. No las conté, pero sabía que alcanzaban. Eran algunas de 50 centavos, otras de 25, de 10 y de 5.  En la próxima imagen ya estábamos dentro de un colectivo, que yo sabía que era de la línea 160, por más que en la vida real no hace el recorrido que yo necesitaba.

Pasé a poner las monedas en la máquina, y a medida que lo iba haciendo salía una tapita blanca que tapaba el orificio para las monedas, y no me dejaba poner más. Para desbloquearlo, debía tocar la tapita, pero luego de poner más monedas se tapaba de nuevo. Así sucedió unas cuantas veces, hasta que terminé de insertar las monedas y la tapita volvió a aparecer. Esta última vez me costó más desbloquear. Cuando lo había logrado, la máquina debía darme el boleto, pero no lo hizo, y volvió a marcar el valor total del boleto ($3.20).

Por esa razón fui a hablar con el colectivero, ya que no quería ni debía volver a pagar. Me acerqué, y giró hacia atrás su cabeza de una manera muy extraña, casi rotando su cuello unos 180 grados. Al verle la cara, noté que era muy parecido a alguien que conocía, que luego de despertarme me di cuenta que era Martín Redrado, el ex presidente del Banco Central de la República. Me dio mucho miedo el hecho de que, al darse vuelta para atender mi pedido, dejaba de mirar al frente para manejar. Durante todo el recorrido, el colectivo nunca frenó. Me dijo que me iba a dar el boleto, por lo que volví a la máquina y salieron tres tickets por un valor de 45 centavos cada uno. Fui a sentarme.

Mi amiga ya estaba sentada, pero el asiento a su lado ya estaba ocupado. Tomé uno en la primera fila, pero del lado contrario, bien cerca de la máquina. En un momento, mi amiga se para y va a hablar con el colectivero, porque quería comprar un palco preferencial en los colectivos de la línea 160, para viajar más cómoda. De vuelta giró él su cuello de manera extraña y no miró hacia adelante para manejar. Mi amiga volvió a su asiento.

Lo que pasó después fue que ya estábamos en la vereda, y al ver el colectivo pasar, toqué un timbre que había en la parada del mismo para “hacerle saber al colectivero que nos habíamos bajado”. Este frenó unos metros después de la misma y abrió su puerta trasera, “en señal de que había entendido que nos habíamos bajado”. Crucé la calle, pero mi amiga ya no estaba. En su lugar, encontré a un amigo que tuve en la primaria.

Juntos entramos en una casa, para lo cual tuvimos que subir unas escaleras que me produjeron miedo de caerme, ya que eran angostas y muy empinadas. Adentro había una pareja de ancianos. Yo sabía que el señor hacía pedidos a encargo, pero no sabía qué tipo de cosas se encargaba de hacer. También tenía entendido que había que tener buenos modales para que te de las cosas. Me ofreció algo de beber, y le hice señas a la señora para que me alcance una servilleta. Le di las gracias con la boca llena. El señor me miró mal ante mi falta de modales, y me di cuenta que todo había terminado. Nunca pude saber qué producía ese señor.

Guille.



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